¿Qué es la duda?

Por Julieta Inés Dal Lago


En la vida hay blancos y negros, pero también hay grises. Muchas veces no aceptamos esa mezcla que surge del claro y oscuro. Otras, le damos cabida. Cuando decimos “es blanco o negro, no hay grises”, es porque vemos una resolución, una determinación, una postura frente a la circunstancia, hecho o acontecimiento que se nos presenta. Sabemos cómo actuar, o cómo lo haríamos, con firmeza.

Pero es cierto que muchas veces no hay ni un blanco ni un negro, sólo un gris. Ese es el espacio de la duda. En contraposición a lo que expuse en el párrafo anterior, ese color pintaría la escena frente a la cual no podemos tomar una postura definida. ¿A qué se debe?, ¿por qué podemos ser tajantes a veces y otras no?

Creo que hay situaciones, momentos, personas que nos descolocan y rompen nuestros cotidianos esquemas, hasta el punto en que no sabemos dónde estamos parados, o para qué lado salir corriendo. También, hay etapas en las que individualmente no estamos definidos nosotros mismos. Puede ser consecuencia de una falta de conformidad o certeza sobre nuestra profesión, relación, vivencias, emociones. Es cuando el individuo se enfrenta a una faceta que queda reducida a dos palabras que usa la jerga humana, a modo de calificación: “estar perdido”.

¿Por qué podemos sentir que nuestra brújula perdió el norte?, ¿cuándo surge esa falta de ubicación propia? Defino el “estar perdido” como un estado interno que se origina, y experimentamos, cuando nos replanteamos nuestra realidad, de forma total, o algún aspecto del abanico en que se reparte la vida humana. Esta evaluación surge a partir de una disconformidad, de un choque entre lo que es y lo que queremos que sea. Pero, para mí, esto no es estar perdido sino “patear el tablero”, “romper los esquemas” (lugares comunes o “clichés”, pero aplicables a esta coyuntura).

En mi opinión, la duda es el resultado de escucharse a uno mismo y reparar en eso. Algo nos hace ruido, nos genera incomodidad, nos perturba. No sabemos qué es, por qué estamos angustiados o alterados. Lo que sí detectamos es que estamos revueltos. Se empieza a generar un movimiento interno que, percibimos, puede convertirse en una revolución de nosotros mismos.

Esto es algo frecuente en todos, ¿quién no tuvo que sortear un momento de duda? La diferencia está en qué hace cada uno frente a semejante océano que se abre. Sabemos que hay un horizonte, pero muchas veces no lo vemos o no sabemos cómo llegar a él. La pregunta que se genera mentalmente es cómo atravesar la tormenta, y, en la profundidad de nuestras emociones, si queremos y estamos preparados para traspasarla.

Frente a tal obnubilante desafío de sumergerse en uno mismo, hay dos opciones: convertirse en capitán del propio barco, enfrentar las olas y meterse mar adentro (agarrando fuerte el timón) o quedarse mirando el magnífico cuadro y darle la espalda, para seguir en tierra firme. Esta última opción trae la consecuencia de seguir en la duda, porque ese lugar, donde nuestras piernas no tiemblan, es aquél donde nuestro espíritu, razón y corazón van a oscilar por siempre. A no ser que la propia dominación llegue al punto de quebrar toda posibilidad de vacilación, lo que entraña dejar de ser uno mismo, y, ahí sí, estar realmente perdidos.

No soy innovadora al plantearme el tema de la duda, sin aires ni pretensiones de asemejarme al padre de la filosofía moderna, René Descartes (1596-1650), este es un tema abordado tiempo atrás, como acabo de dejarlo en evidencia. El famoso Cogito ergo sum (con traducción literal del latín pienso, por lo tanto existo) es un planteamiento filosófico encontrado en su propio Discurso del método. Él puso en duda toda la realidad para poder llegar a una certeza, a afirmaciones que descartaran todo tipo de incertidumbre sobre el tema que se planteaba.

Creo que Descartes dejó una enseñanza en esas tres palabras latinas, que se reducen a un simple yo pienso, luego soy. Aunque pueda haber dificultades a la hora de interpretar o darle sentido a esta simple frase, considero que es clarísima. Descartes estableció una dualidad sustancial entre el alma- la res cogitans, el pensamiento- y el cuerpo –res extensa, la extensión-.  

No pretendo hacer un análisis filosófico del tema, pero partiendo de que la duda nace de una revuelta interna en uno mismo, de una perturbación del alma, y luego trasciende a una reflexión o evaluación racional, considero que ella nace de un lugar recóndito de nuestra personalidad y que se manifiesta cuando hay una discrepancia entre nuestro sentir cotidiano y lo que, como resultado de mutaciones individuales, queremos vivir y experimentar.

No hay solución matemática para sortear el problema de la duda, sólo puedo afirmar que ser fiel a uno mismo y prestar atención en el momento justo, son el principio del camino para no perder el rumbo y reubicar las agujas de esa brújula que a veces miran al sur, otras, al este, después, al oeste y cambian de norte, incesantemente.

©.- Julieta Inés Dal Lago.- 7 de enero de 2012.-

Comentarios

  1. Gracias a Dos la duda siempre nos acompaña. Nos da vida y es nuestra compañera inseparable. No seríamos humanos sin ella. No podríamos distinguir lo bueno de lo malo sin ella. La duda es un montón de caminos y no es ninguno. Eso es lo hermoso y sublime de ella, la contradicción.

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  2. Fabián, muchas gracias por dar tu aporte a este tema que planteo. Me gustó mucho esto: "La duda es un montón de caminos y no es ninguno", lo interpreto como varias puertas que se abren, frente a las que estamos parados, pero, al final, una sóla es la que elegimos. El resto desaparece. Muchas gracias, nuevamente!
    JDL.-

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