Estampida de libertad

Por Julieta Inés Dal Lago


Decidió huir del nido donde había nacido. Pudo hallarse a sí misma y descubrió que quería atravesar fronteras. Quienes la conocían, buscaron frenarla, sólo lograron acorralarla. Sintió que la coartaban, se vio encerrada en una jaula.

Sabía que tenía que partir. Salió corriendo desesperada y llegó al bosque, donde sorteó ramas, pateó y saltó piedras.

El ceño fruncido y la mirada agobiada, desorbitada, demostraban que escapaba. Sus pies avanzaban, el alma la empujaba, el cuerpo la acompañaba.

La angustia, ocasionada por el llanto ahogado que custodiaba, clavó un puñal en su garganta. La herida llegó a fisurar el pecho firme que la enderezaba. La grieta en los pulmones no permitía que el aire siguiera circulando por su cuerpo.  Por el hueco, se escapaba.

Sus lágrimas se unieron a la brisa que generó la abrupta intromisión de su figura al penetrar el viento.

Abrió los brazos que tenía entumecidos por la furia y la ira, emociones que sintió al darse cuenta que permanecer en su pueblo, no era una opción, allí, nadie la veía, no podía ser ella misma. Supo que no podría cumplir los sueños que daban sentido a su vida.

Siguió corriendo, desplegó totalmente las alas, desistió de la fuerza con la que empeñaba encerrar sus puños. Cuando tocaron el viento, las manos y los dedos se aliviaron.

Soltó su pelo, experimentó la ligereza del cabello.  Los huesos de la cara se ablandaron, descongestionó el frunce que tenía entre sus cejas. La frescura de la brisa en el rostro cambió su atormentado gesto.

Disminuyó el latido desesperado de su corazón, provocado por la estampida que ella emprendió. Descomprimió el esqueleto y pudo bailar, siguiendo el compás que marcaron sus pies, cuando pisaban el camino que la guiaba hacia la libertad.

Cerró los ojos; y siguió corriendo, al son del viento.

Sintió los rayos del sol y dejó que envolvieran su silueta. El calor hizo amanecer su cuerpo e incineró los abrumadores pensamientos, para alojar, solamente, a los sueños.

Respiró el aroma de las flores. Sus pulmones, que ya no estaban agrietados, se colmaron del aire puro del nuevo escenario que la rodeaba y acobijaba.

Aminoró la marcha. Sus brazos continuaron abiertos, también las manos y los dedos. Abrió los ojos, vio el cielo.

Sintió en las piernas la caricia de una suave seda, la piel de los tallos de las plantas del campo, por donde avanzaba, las rozaban.

Sus pies se detuvieron, cerró los ojos y escuchó el sonido del viento, el que, también, abrigó su cuerpo y descontroló su pelo.

Bajó la guardia, descansó los brazos y dejó que reposaran naturalmente.

Inspiró el perfume de las rosas, los jazmines, el olor de la libertad.

El ritmo de su corazón siguió el sonido que marcaba el canto de los pájaros.

Y no escuchó más ruido, ya nada la atormentaba. Logró encontrar la calma.

Contempló el horizonte y resolvió que hacia allá iría.

Su mirada irradiaba paz, y la frescura de su rostro, felicidad.

Observó a su alrededor, no había nadie más, sólo estaba ella.

Escuchó una vez más. No había caos, confusión ni bullicio.

Solamente, había silencio…

©.- Julieta Inés Dal Lago.- 12 de febrero de 2012.-

Comentarios

  1. ME HICISTE VOLAR JULI LO IMAGINE TODO HAY MUCHAS PARTES QUE SIENTO QUE ME TOCAN ME ENCANTO Y ME QUEDE CON GANAS DE MAS.LADY V.

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  2. Qué bueno chicas!! Me alegra saber que lo que escribo les llega.

    Greis! Va a haber más! Te lo aseguro!

    Besos y abrazos, a las dos!

    J.-

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