Extraños amigos
"¿Y qué tenía yo para darle?, ¿por qué me hubiese elegido?", preguntó Josefina a aquél hombre con quien mantenía una charla sobre historias pasadas, en una plaza dormida por la llegada de la luna e iluminada por los copos de nieve que decoraban el cielo.
Él no era
nadie o, mejor dicho, era alguien, aunque ella no lo conocía. Por esas
casualidades de la vida, en el que el tiempo hizo que se cruzaran y compartieran
un banco duro de madera, ubicado en el medio de un pulmón de aire urbano (La
Plaza Las Heras), comenzaron a intercambiar palabras variadas.
Pero no
fue sólo eso, no era un simple ida y vuelta
de oraciones vagas o sin contenido; sin darse cuenta, se escoltaron mutuamente en el
dolor que escondía cada uno detrás de los relatos (o leyendas) que contaron
como propios.
Su
punzante y penosa mirada la atormentó por un rato. Ella estaba sentada en una
punta y él, en la otra. Sus ojos se cruzaron en diferentes momentos.
Él
observaba su perfil tieso, las manos agobiadas que, con dedos adormecidos, reposaban sobre su falda, también aquellos pies cruzados, los cuales, con los tacos de los zapatos clavados en el suelo, eran, a la vez, el soporte de sus desalentadas y flojas piernas.
Ella le
generaba curiosidad, tal vez por ese dejo de positivismo que expresaba con su
cuerpo.
Josefina,
en cambio, estaba abstraída en sus pensamientos. Había visto al hombre
facineroso y de olor nauseabundo sentado en ese banco en el que decidió frenarse, pero no le importó lo que sus ojos y nariz habían percibido; igualmente, eligió reposar
su cuerpo en ese lugar y en ese mismo instante.
-¿Cómo te
llamás?, le preguntó el anciano.
-¿Yo?, Josefina, respondió desinteresadamente.
-¿Yo?, Josefina, respondió desinteresadamente.
Sólo por
cortesía, porque era muy educada, lo interrogó: ¿Y usted?
-Dante. ¿Por qué estás triste?, continuó.
-Dante. ¿Por qué estás triste?, continuó.
Con ojos
secretos, mordaces, pero a la vez solemnes, Josefina le contó que no estaba atravesando una buena etapa: “No entiendo al universo, a veces siento que me acerca
cosas, situaciones, personas que son las que hace tiempo vengo buscando, pero después
me pierdo en esta lectura. No dudo de que todos ellos llegan a mi vida cuando
los necesito, pero también me pasa que, al tiempo, me decepciono y el
desenlace no resulta ser como el que yo espero o puedo esperar. Eso me genera
sentimientos encontrados: felicidad, espontaneidad, tranquilidad, en un primer momento, pero
después llega esto otro que no puedo explicar con palabras, creo que es algo que atraviesa
a cualquiera. Diría que es tristeza, decepción, angustia o, como una vez
escuché, ´infelices ilusiones´”.
Dante, quien no esperaba recibir semejante apertura
de un extraño- y menos de una mujer-, le respondió: “Yo no sé qué te pasó, pero
te aseguro que entiendo lo que decís. Tengo 80 años y si miro atrás, y hago un
repaso de mi vida, me doy cuenta y tomo conciencia de lo que hablás. He tenido
ese sentimiento de angustia y desolación muchas veces, también esos
pensamientos mezclados, sin sentido y con mucho, en otras oportunidades. El no
poder entender lógicamente ni temporalmente los hechos que fueron pasando".
Josefina, atenta y capturada por las palabras que recibió frente a lo que, sin darse cuenta, fue un descargo, dijo: "No quiero incomodarlo, Señor, pero ¿en qué se basa para decir esto?".
-¿Cuántos años tenés, Josefina?", preguntó Dante.
-24, respondió ella..
Josefina, atenta y capturada por las palabras que recibió frente a lo que, sin darse cuenta, fue un descargo, dijo: "No quiero incomodarlo, Señor, pero ¿en qué se basa para decir esto?".
-¿Cuántos años tenés, Josefina?", preguntó Dante.
-24, respondió ella..
-¿Vos
podés explicarme qué fue lo que te llevó a hacer semejante reflexión a estos
años de tu vida? Reconozco que debés
haber vivido muchas cosas, porque no cualquiera habla del universo, de lo que
trae, de la decepción, del dolor, de la muerte de ilusiones; salvo que hayan
sido varias muertes, si no fueron varias pérdidas. Yo no puedo contarte todo lo
que viví para colmar tu curiosidad y necesidad de probar que hablo con certeza. Siento que, si bien somos extraños, te das
cuenta y has aprendido, a lo largo del tiempo, que detrás de cada
hombre y mujer hay un mundo de vivencias.
-Sí,
Dante, lo entiendo a todo eso, respondió Josefina, cuando miró al suelo con
abatimiento.
-Entonces,
yo no voy a contarte ahora todo lo que me pasó en la vida para que vos puedas
sentirte segura de lo que te digo. Sólo vamos a tener una charla filosófica, si
es que te interesa.
-Está
bien, no quise incomodarlo, Señor.
Pasaron
minutos en silencio, pero Dante, aunque logró demostrarle a Josefina que quería
evadir el momento, no pudo contener sus propias ansias de saber más de este
atrevido personaje.
Hablaron durante mucho tiempo, filosofaron, compartieron ideas, pensamientos, experiencias
vividas, hasta que Josefina pudo contarle esa historia que tanto la
atormentaba mentalmente y, desbastaba, emocionalmente.
Estuvieron charlando tres horas o más, hoy en día, ninguno lo recuerda. Pero Dante pudo
responder esas preguntas que eran el centro de la preocupación de Josefina: “¿Y
qué tenía yo para darle?, ¿por qué me hubiese elegido?”.
-Querida
Josefina, es este el momento en el que voy a citar a un gran escritor argentino, Julio
Cortázar (1914-1984): “Fuiste una letra de tango para su indiferente melodía.
Quizá la más querida”.
©.- Julieta Inés Dal Lago.- 28 de Junio de 2013.-
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